Ay, Fernando, el repartidor,
con su furgón tan reluciente,
pero el pobre va sudando
más que el sol en el poniente.
De Sanlúcar hasta Lebrija,
va y viene con el motor,
que el frigorífico suspira
y Fernando pide amor...
¡Y días de asuntos propios,
que ya no sabe el patrón!
En la nave por la mañana
se oye un cante por bulerías,
Fernando llega temprano
con su cara de alegría.
Le han dado un furgón nuevo,
un Volkswagen reluciente,
pero al girar la llave
le tiembla hasta el pendiente.
—“Cuídalo como a un tesoro,
que el frigorífico es oro,
y no me vengas con lloros.”
Pero Fernando, que es sabio,
y viejo como la vida,
sabe que ese motorcito
trae más penas que alegrías.
Ay, Fernando, el repartidor,
que su furgón es un poema,
cada día una aventura
y cada viaje un problema.
De Sanlúcar hasta Lebrija,
va buscando solución,
y el taller ya le saluda
como a un primo de ocasión.
El primer día de ruta
el motor hace un quejío,
el frigorífico arriba
le responde con un frío.
Fernando mira pa’l cielo
y le reza a San Cristóbal:
—“Que no se pare la nevera,
que no me quede sin cola.”
Pero el furgón, testarudo,
se para en la carretera,
y Fernando llama al jefe:
—“Que me voy pa’ Lebrija entera.”
El taller ya le conoce,
le guardan hasta el café,
y el mecánico le dice:
—“¿Otra vez aquí, mi shé?”
Ay, Fernando, el repartidor,
que el furgón le da la vida,
pero el motor le da guerra
y la nevera, fatiga.
De Sanlúcar hasta Lebrija,
ya tiene casa y colchón,
y el jefe apunta en la agenda:
“Fernando, otro día de asuntos,
¡qué campeón!”
El WhatsApp del curro arde
cuando Fernando se ausenta,
“¿Dónde está el repartidor?”
“En Lebrija, haciendo cuentas.”
El jefe ya ni pregunta,
sabe bien la situación,
que el furgón es una ruina
y Fernando, un campeón.
Los compis hacen apuestas
a ver cuánto va a durar,
si el motor o el frigorífico
primero va a petar.
Y Fernando, con su arte,
reparte sonrisas y pan,
pero a la mínima excusa
se pide un día más.
Ay, Fernando, el repartidor,
que ya es leyenda en la empresa,
el Volkswagen es su sino
y Lebrija, su promesa.
De Sanlúcar hasta Lebrija,
va dejando su sudor,
y en el taller ya le esperan
con un “¡ole, repartidor!”
Fernando baila por tangos
mientras espera el arreglo,
y en el bar de la esquina
le invitan a caramelo.
La nevera hace un lamento,
el motor un redoble,
y Fernando, con paciencia,
se toma otro café doble.
En la empresa ya le llaman
“Fernando el de Lebrija”,
y cuando suena el teléfono
el jefe ya se santigua:
—“¿Qué le pasa hoy al furgón?
¿La nevera o el motor?”
Y Fernando, con arte puro,
le responde con humor:
—“Jefe, me voy pa’ Lebrija,
que el furgón pide cariño,
y yo, de paso, aprovecho
y me pido un día niño.”
El jefe se echa las manos
a la cabeza, compungido,
pero sabe que sin Fernando
el reparto está perdido.
Ay, Fernando, el repartidor,
que su furgón es un misterio,
y Lebrija es su refugio
cuando el motor está serio.
De Sanlúcar hasta Lebrija,
ya no hay quien le gane a él.
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